La perversión
del sistema
Incapaces
de gobernar este frágil barco a la deriva en que se ha convertido nuestra
democracia, algunos intentan salvarse huyendo en pequeñas lanzaderas
llevándose, a manos llenas, todo cuanto han podido. Otros, se lanzan por la
borda con sus chalecos salvavidas dejando en su huída un reguero de corrupción,
como la estela del barco que han abandonado. La inmensa mayoría, los indefensos
y sin protección, seguimos la inercia de este buque sin gobierno que ahora hace
aguas por todas partes, incapaces de reaccionar ante un derrotero incierto.
En esta
singladura, algunos han perdido hasta la salud, y otros han caído definitivamente
en el olvido abandonados a su suerte. Hemos depositado, con el voto, nuestra confianza
con el deseo de participar, también, de los cantos de sirena de las bondades
del sistema. Y a esa esperanza, como a un clavo ardiendo, nos hemos aferrado,
algunos mirando para otro lado, dejando hacer, sufriendo en nuestras propias
carnes la quemazón implacable de una corrupción implícita, como nuestro código
del ADN, en nuestras vidas y en el sistema que entre todos hemos alimentado siguiendo,
a ciegas, a algunos de nuestros “honorables políticos, ejemplares empresarios,
eficaces gestores, camaradas sindicalistas”, ídolos de barro, mercenarios al
fin y al cabo en que se han convertido, y que no han dudado en perturbar y corromper
el sistema cometiendo las más execrables fechorías pensando sólo en sí mismos.
Una gran estafa piramidal alimentada, después de 35 años, con las ilusiones de
muchos, y propiciada por aquellos en los que habíamos depositado nuestra fe creyendo
que nos conducirían a un puerto seguro. Cuanto engaño.
Pervertir: perturbar el orden o estado de las cosas.