día y hora

lunes, 19 de noviembre de 2012

OBEDIENCIA DEBIDA Y OBJECIÓN DE CONCIENCIA

Nuestro diccionario define la obediencia debida como aquella "que se rinde al superior jerárquico y es circunstancia eximente de responsabilidad, cuando se trata de delitos"; y la objeción de conciencia la califica como "negativa a realizar actos o servicios invocando motivos éticos (o religiosos").
 
     Por otra parte, el artículo 410-3 de nuestro código penal establece que "no incurrirán en responsabilidad criminal las autoridades o funcionarios por no dar cumplimiento a un mandato que constituya una infracción manifiesta, clara y terminante de un precepto de ley o de cualquier otra disposición general". Este artículo es aplicable, según mi opinión, al drama que para muchas personas supone el deshaucio cuando le es embargada su vivienda habitual por la entidad financiera; pero la objeción de conciencia debería serlo también en la esfera privada cuando, por ejemplo, un empleado de banca se niegue a meter por los ojos un producto financiero complejo a un cliente, en muchos de las ocasiones con nulos conocimientos financieros, y que no tiene ni idea de su funcionamiento, o vendiendo y haciéndole suscribir un seguro al que no está obligado cuando firma, por ejemplo, un préstamo.
 
     Por desgracia, en la práctica, esto no es lo que sucede y al empleado "objetor" se le aplica injustamente y por las bravas, en el mejor de los casos, la movilidad funcional y geográfica, cuando no la sanción económica disciplinaria o el despido, por no cumplir a rajatabla las órdenes dictadas por la dirección. 

domingo, 18 de noviembre de 2012

DEFUNTOS ALCUMES, publicado en el Faro de Vigo, 12-12-12


DEFUNTOS ALCUMES

Nós, os galegos, “honramos” en vida aos nosos paisanos poñendo algún alcume agarimoso, uns máis acertados ca outros, todo hai que dicilo; pero tamén o facemos cando a persoa atravesa sen remedio a fronteira dos vivos.

            Só hai que mirar as esquelas que adoitan poñer os nosos xornais nas súas derradeiras páxinas  para observar esta saudable costume de alcumar aos nosos benqueridos defuntos. Alguns destes alcumes teñen relación co traballo que fixeran en vida o defunto, a saber: “o cesteiro, o afiador, a peixeira”; outros amosan o afecto que lle profesaban os seus: “a raíña, a parrochiña”; e finalmene temos uns que é todo un misterio diviño: “o milhomiños ou o mirafondos”, entre outros moitos.

Cando comezei a traballar como xerente nunha asociación de empresarios, o seu presidente dicíame daquela: ”Milucho, o primeiro que tes que facer pola mañá cedo é mercar o xornal, e deseguido botar unha olllada ás esquelas, por se algún asociado marchara sen avisar ó outro barrio”.

            Abofé que dende aquela, mirar as esquelas é o segundo que fago- o primeiro é ler con atención a sección de opinión “cartas ao director”-, unha teima coma outra calqueira.

            Sei que moitos lectores tamén o fan –refírome a mirar as esquelas, naturalmente-, porque ademais do propio finado, tamén podemos decatarnos se este era solteiro, estaba viuvo, o nome dos fillos, netos, curmáns e demais familia.

            Pero onde cravamos a mirada nas esquelas, no intre, é no alcume porque, se había algunha pequena dúbida co nome do finado, deseguida caemos da burra dicindo aquelo de: Mira ti de quen ven sendo o fulano!

            Estes alcumes, principalmente nas nosas vilas, herdábanse de avós a pais, para despois pasaren aos fillos, de xeración en xeración, ás veces para alguns coma se fose unha pesada lousa cando o alcume é revirado de mais.

            Finalmente, cando algunha persoa morre lonxe do seu lugar de nacemento e entérrano, fanlle o funeral ou celebran o cabodano no seu pobo, o alcume, que figura debaixo do nome do finado nas esquelas dos nosos periódicos atrae, cando menos, a curiosidade dos parroquianos congregados na igrexa ou fóra, no adro, dándolle deste xeito o derradeiro e sentido homenaxe ao defunto.

            Esta cristiá costume de alcuñar nas esquelas trasládase despois aos cemiterios poñéndoos nos nichos, perpetuando para sempre os “defuntos alcumes” nos nosos camposantos.

AVERÍA MISTERIOSA (RELATO, NO FICCIÓN)
 

Llevaba más de un invierno pasando frío en mi propia casa, mientras mis convencinos disfrutaban del calorcito hogareño. La culpa, una avería misteriosa y pertinaz que el técnico de la calefacción de nuestro edificio no acertaba a descubrir. Aquel, casi desmonta la caldera comunitaria, siguiendo los tubos de la calefacción-los de entrada y de retorno-, hasta llegar justo a la entrada de mi vivienda. Nada, aquella extraña avería impedía que fluyese libre el agua caliente por los radiadores, a lo sumo que se consiguió fue un hilillo de agua, más bien tibia, que los calentaba tímida y parcialmente.
            Después de analizar el problema, el frustrado técnico ya derrotado, me suelta, sin mucha convicción, lo siguiente: "Yo creo que el problema lo tiene usted, en su propia vivienda". Imaginando la supuesta causa de la avería me explicó, a modo de ejemplo, el problema que padecen muchas personas con el colesterol, no sé muy bien por qué.

            Yo me quedé más helado que mis radiadores, y, al mismo tiempo, preocupado por esta dolencia que, al parecer, padecían en algún punto recóndito los tubos del circuito de la calefacción. No tuve más remedio que requerir los servicios de un fontanero para desmontar uno a uno los radiadores; pero aquél, cuando acabó el trabajo concluyó: "El problema no lo tiene usted, quiero decir, no está en su vivienda, sino en algún lugar misterioso del circuito comunitario, porque estos radiadores están perfectamente". ¡Y vuelta a empezar otra vez!

            Hasta que, por fin, este otoño, cuando el arranque general, apareció por mi vivienda el técnico de la calefacción de la comunidad (no el mismo de antes), quien después de bajar a la caldera y seguir como un perro sabueso la tubería comunitaria-la de entrada y la de retorno-, al final del recorrido, justo antes de llegar a mi vivienda, fijó su mirada en una de las tuberías generales comunitarias, sacó un simple destornillador, desajustó un tornillo de nada y ¡Voila!, volvió a fluir como un manantial el agua por el circuito, y con ello llegó nuevamente el calor a mi hogar, como el turrón en Navidad.

            Moraleja: “Para un técnico “artista” no hay avería, por muy misteriosa, que se le resista.