POLTRONAS Y YOGURES
Lo hemos comprobado recientemente
a raíz de los últimos resultados conocidos en los comicios tanto en Galicia como en el País Vasco, pero
no es exclusivo del mundo político (si no, fíjense en el ejemplo cercano de
algún mandamás financiero que ha disfrutado, hasta hace bien poco, de un poder
casi omnímodo en su empresa).
Después
de sufrir una sonora derrota en las urnas, algunos dirigentes políticos la
justifica con argucias y sutiles argumentos diciendo simplemente: “lo haremos
mejor en las próximas elecciones”. Se aferran al cargo como si les fuese la
vida en ello sin importarles la opinión, en muchas ocasiones, de sus propios
votantes y simpatizantes. Son conscientes, una vez fuera de los cargos
públicos, que dejarán de ostentar esa sensación de poder narcisista y de
figurar en los titulares de los periódicos. La poltrona en el cargo, a la que
algunos se agarran como a un clavo ardiendo, debería tener impresa de antemano
fecha de caducidad, como los yogures. Sabemos científicamente que aunque nos
tomemos un yogur treinta días después de su fecha caducidad no tiene por qué
sucedernos nada malo. Pero no se les ocurra a ustedes tragarse uno comprado
hace más de un año, porque las consecuencias para nuestra salud pudieran ser
bien distintas; aunque aparentemente vean en la nevera el envase impoluto de un
inocente yogur, el contenido puede que esté más putrefacto que la corrupción en
algunos ayuntamientos.
Lo
dicho, la permanencia en las poltronas para cargos públicos no debería
extenderse más allá de la fecha de caducidad de un yogur. Después, habrá que
reponerlos necesariamente, pues de lo contrario se corre el riesgo de que un
buen día alguien los retire sin contemplaciones del expositor refrigerado del
súper.