UNA FAMILIA EJEMPLAR
No debo referirme a una familia en particular, aunque bien
podía hacerlo. A veces miramos la paja en el ojo ajeno y no la viga en el
propio.
En otros
tiempos acudían juntos a la misa de 12 los domingos; en el mismo banco, con ese
saber estar y solemnidad, y conscientes de ser el blanco deseado de todas las
miradas. A menudo con envidia, algunos vecinos escudriñaban en el pasado para averiguar
algún pecado por muy venial que fuese.
Era una familia ejemplar.
Por
casualidad un buen día, para ellos aciago, alguien levanta un poco el felpudo
de la puerta de su casa y sale a relucir cuantas miserias mantenían escondidas
entre sus paredes. Lo que parecía ser un remanso de paz y armonía, ahora se transforma
en la peor de las tempestades, y la podredumbre
sale a la luz del día. El amor inmaculado que profesaban sus progenitores no era tal,
sino rencor sostenido y aplacado que el tiempo trató de disimular. La guerra
fratricida entre hermanos postizos y de sangre da rienda suelta al peor odio
bíblico.
Las cosas a
veces no son lo que parecen y el tiempo pone, de un modo o de otro, a cada uno
en su real sitio.
A todas
estas familias ejemplares, en apariencia, debemos constreñirles a verter toda
su mierda por el váter, de una vez por todas.
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