ANECDOTARIO
Como digo en mi libro “mis
cartas al director”, para mis artículos me sirvo, con o sin permiso, de
situaciones o anécdotas que suceden en la vida misma; a veces son de lo más
pintorescas y que, aderezadas, salpimentadas y contadas con mi peculiar y sutil
ironía (retranca galega cien por cien), dan mucho juego. Con la que está
cayendo: corrupción, desprestigio del mundo político, chupatintas, mequetrefes,
meapilas y tarambanas, no está de más que, de vez en cuando, los que nos
dedicamos a contar historias alegremos un poco la vida de los lectores contando algunas de estas situaciones
rocambolescas, ciertamente divertidas, y que, sin poder evitarlo, podemos presenciar
en cualquier momento.
Sucedió un
día como otro cualquiera; llovía a cántaros y la gente se arremolinaba en la
marquesina de la parada, con sus paraguas abiertos los que permanecían fuera,
esperando que llegase su autobús. Llega uno, el más utilizado en la ciudad por
su frecuencia, y la gente poco a poco va entrando, pagando el billete
correspondiente con dinero (los menos) o mediante la tarjeta de transporte (los
que más). En esto sube una señora, bien entrada en años, introduce
precipitadamente su tarjeta en la ranura, y suena un pito de rechazo. “Pues no
sé por qué, la metí hoy por la mañana en el cajero automático y funcionaba”; “A
ver señora, sáquela y métala otra vez, le sugiere el conductor”; la señora le
mira contrariada pero le hace caso; la saca y la mete de nuevo y……le sigue
pitando. Desde el fondo del bus se escucha una voz indicando a la señora lo
siguiente: “Frótela con el dedo y métala con suavidad”; la señora, un poco
aturdida por la situación embarazosa, admite la sugerencia, la mete despacio
y….le pita; no hay manera. En esto, fuera en la parada y lloviendo a mares, la
gente agolpada esperando entrar se empieza a cabrear y algún impaciente le
suelta lo siguiente: “Si usted no la sabe meter, haga el favor de bajar y deje
que los demás metamos la nuestra también”. De igual forma, los pasajeros dentro
del autobús se empiezan a poner nerviosos y le dicen al conductor: “oiga, que
no tengo todo el día, ponga a la señora
de patitas en la calle y continuemos el viaje”. Finalmente, aquel se levanta,
deja el volante e intenta coger la tarjeta de la señora diciéndole: “Señora,
déjeme a mí metérsela que, al parecer, usted no sabe”; en esto, que se escucha
la voz débil y temblorosa de un hombre cumplidos ya los ochenta y que proviene
del asiento reservado para los pasajeros con movilidad reducida y/o personas
mayores, próximo al conductor, e interviene en la trifulca dialéctica: “Si no
le importa, se la meto Yo”. Finalmente, la señora cabreada, declinando las dos
“amables” invitaciones dice con voz firme y enérgica: “No le permito ni a usted
ni a nadie que me la meta”. Con chufla, los pasajeros, los de dentro y los que
inútilmente intentaban entrar, cantan a coro: “eso, eso, a ver quién es el
guapo que se la mete”.
En fin,
después de un rifirrafe interminable, las aguas –las de dentro del bus-, porque
fuera seguían cayendo chuzos de punta, vuelven por fin a su cauce, resolviendo
la incómoda situación de la siguiente forma: “Señora –le dice el conductor-,
guarde su tarjeta que yo le pago de mi bolsillo el billete”, ante los aplausos
encendidos de todo el pasaje. Fin de la historia.