ESTAR A LA SOPA BOBA
Esta locución, en sus orígenes, se usaba para indicar el
bodrio que componían las sobras de la
comida de los conventos y que, por caridad, se repartía a los pobres que
acudían a sus puertas. También se aplica para todas aquellas personas que viven
a costa de los demás, por lo que me permito utilizarla en este artículo para
decir que en este país, al parecer, los únicos que trabajan de verdad en favor
del buen funcionamiento de los servicios públicos, entre otros colectivos no
menos importantes, y sin importarles los festivos ni la semana de Pasión, son
algunas juezas y algunos jueces –no menciono nombres y apellidos, por todos
conocidos-. A saber: la tenaz jueza de los ERES que, pese a las zancadillas,
ella va a lo suyo, que no es otra que averiguar el supuesto entramado de
sobornos, cohechos y demás cuchipandas habidas durante más de una década y que
van desde el jeta del chófer, del caradura de un exsindicalista hasta llegar a
la cúspide del poder en la Junta de Andalucía; el tesón del juez del caso
Bárcenas y su conexión con la trama Gürtel en la presunta financiación del
partido Popular; finalizando por el insobornable juez del caso Nóos que con su
bonhomía y buen hacer está finalizando la instrucción de un turbio asunto que
salpica, nada más y nada menos, que a la mismísima Casa Real. Hay muchos más
ejemplos pero, por ceñirme a los más conocidos últimamente y por el espacio
asignado en esta sección, no me queda otra.
Por la
contra, la clase política, tanto de izquierdas como de derechas, incluidos los
de medio centro, parece que viven en su castillo de naipes, indolentes al
sufrimiento de sus súbditos y comiendo de la sopa boba de nuestros impuestos.
Me he despachado a gusto, lo necesitaba.