CARTAS DE UN EXTRABAJADOR DE CAJA DE
AHORROS
Hace dos años un buen amigo, del que no he vuelto a tener
noticias, me confió poco antes de marcharse de la entidad donde trabajaba no
una, sino dos cartas que había enviado en su día a sus jefes en un momento de
su vida, profesional y personal, muy complicado, con el ruego de que, llegado
el momento oportuno, un servidor las difundiese en esta sección que tan
amablemente nos brinda el periódico. Desde aquella, las guardo como oro en paño
y, considerando que ha llegado el momento oportuno, intentaré, con permiso del
periódico –el de mi amigo ya lo tengo- no fallarle. En aquellas cartas se
quejaba de sus desgracias, y también que sus jefes, en lugar de preocuparse por
los verdaderos problemas que acuciaban a sus empleados, lo que estaban era más
por asegurarse su salida de la entidad llevándose en su precipitada huída sus
indemnizaciones millonarias y planes de pensiones vitalicios. Por supuesto,
nunca se dignaron a contestar a ninguna de estas dos cartas.
Debido a su
extensión y al contenido íntimo ciertamente desgarrador de algunos de sus
párrafos, no debo ni quiero reproducirlas literalmente, pero sí unas breves
reseñas genéricas dedicadas a sus jefes que, a modo de premonición y al mismo
tiempo reproche, había escrito y que hoy día cobran, si cabe, más sentido:
“Atrás quedaron las alegrías y los despropósitos, las arengas
patrióticas en las asambleas generales y los auto convencimientos espurios; las
órdenes más inasumibles. Luego llegaron las consecuencias más dramáticas a sus
decisiones. Todo era válido. No importaba los medios ni la forma, sino “PREFERENTEMENTE”
el fin. Con sus decisiones llevaron a muchos a seguirles y así compartir un
frenesí de locura por conseguir unos objetivos cada vez más difíciles de alcanzar”.
De esta
forma doy por cumplido el mandato que mi buen amigo me había encomendado. Lo
más íntimo y personal, permítanme, me lo guardaré para mis adentros.
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