¡Apaga y vámonos!
Ya he
perdido la cuenta de cuántas veces en los últimos tiempos nuestro Gobierno ha
permitido el injusto y escandaloso incremento del recibo de la luz en beneficio
de las compañías eléctricas.
En previsión de lo inevitable, un servidor (sufridor
energético, en este caso) ha modificado sus hábitos de consumo sustituyendo,
por ejemplo, las bombillas por velas. He vendido en el cash converter la televisión (total, para lo que hay que ver), la
nevera y el equipo de música. Evito ducharme en casa. Ahora utilizo la piscina
municipal (los aseos, se entiende). Para la ropa sucia aplico la fórmula de la
abuela: jabón lagarto y agua del grifo (poca); y para planchar uso otra que
hizo popular a un modisto gallego: la arruga.
Pero, a pesar de todas estas
técnicas de supervivencia y primeros auxilios, no he conseguido reducir
significativamente el importe del recibo de la luz que incluye, además del IVA,
otros impuestos energéticos que, dicho sea de paso, no arrojan luz,
precisamente, a la hora de entender la factura de marras, convirtiendo, de esta
forma, lo mínimo, es decir, el W en lo máximo, o sea, en el KWh.
Al parecer, la intención de nuestro
Gobierno (y el de las eléctricas) es que vivamos en el ostracismo lumínico y
retrocedamos a las cavernas, de donde saldremos, más tarde que pronto y con un
poco de suerte, después de que hayamos entendido convenientemente lo que un tal
Platón intentó, hace ya unos cuantos siglos, explicar con su famosa parábola de
“el mito de la caverna”.
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