FUTBOL ES FUTBOL
Que “el fútbol es el
opio del pueblo” es una frase que desconocemos
su procedencia y autoría, pero que en estos tiempos de crisis económica no
puede estar más presente. Yo que no soy muy futbolero que digamos ni militante
de ningún equipo, aunque reconozco tener mi corazoncito como en política, fui testigo el pasado sábado del
partido del siglo entre el Barça y el Real Madrid; y en el mejor escenario
posible, al margen claro está de un estadio de fútbol, como lo puede ser un bar
o cafetería. Acompañado de propios y extraños viví en primera persona desde la
barra con interés y no poca emoción los momentos álgidos de la contienda, y
también porque no decirlo, los más soporíferos.
Cada uno de
los que estábamos en el bar intentamos durante 120 minutos-incluyo aquí los prolegómenos y el tiempo reglamentario de descanso más
las prórrogas concedidas por el árbitro-,olvidar nuestras penas y
desventuras, acompañados de nuestra pócima más deseada, llámese caña de
cerveza, cubata o descafeinado de máquina con sacarina algunos; consumiciones
que debido a la crisis y sus efectos perversos hicimos todo lo humanamente
posible para estirarla el tiempo que duró el juego: Un partido un café; ante el
cabreo disimulado y la resignación de los dueños del establecimiento que bien
hubieran deseado hacer su agosto en pleno mes de abril. Soportamos estoicamente
en fila india en la barra del bar o mezclados entre taburetes y mesas el lance del juego. Es
curioso comprobar las miradas entrecruzadas, los suspiros…, y los ¡Ay! o los
¡Huy! contenidos cuando la pelota
lanzada con maestría por el delantero rozaba la cepa del poste izquierdo-o
derecho, que aquí no existe distinción política-, de la portería, correspondida
como Dios manda por la procacidad y estirada imposible del cancerbero.
Ahora no
afortunadamente, pero cuando permitían fumar- y hasta escupir en el suelo-, el humo se podía
cortar con la mirada.
Cierto es
que hay bares más vocingleros que otros, y eso se nota intramuros pero también fuera de la fortaleza.
Los hinchas
o simpatizantes de uno u otro equipo, ataviados algunos con la indumentaria
reglamentaria como si fuese el jugador número 12, proferían insultos medidos y
reprimidos debido quizás por el entorno no tan hostil como el de un estadio de
fútbol, y buscaban miradas cómplices y furtivas que recorrían el perímetro del
establecimiento, mientras algún alma solitaria y despistada mostraba su
indiferencia reflejando sus propias frustraciones en la máquina tragaperras,
abducido por su encanto, esperando que aquella le resolviese la vida y de paso sus dudas terrenales.
El resultado
fue el que fue, ya sea para el regocijo de los simpatizantes del equipo ganador
y el cabreo y frustración del perdedor; pero eso es lo de menos. Lo que
realmente importa, y en esto creo que estamos todos de acuerdo es en lo siguiente: Ya seas creyente, agnóstico o ateo; defensor o detractor, simpatizante
o militante, no cabe duda que a nadie deja indiferente este
deporte de masas, nuestro balompié, porque como dijo un día aquel
entrenador filósofo Vujadin Boskov, “El
fútbol es Fútbol”.
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