REPROGRAMÉMONOS
Las
cosas están hechas de tal forma que duran cada vez menos; por ejemplo, los
coches, electrodomésticos, o las mismas bombillas -excepto una que lleva
encendida desde 1901 y se encuentra en California, según parece-, pero esto
pertenece a la magia negra lumínica y, por lo tanto, no vale como ejemplo. Al
contrario, las personas duramos cada vez más, según las estadísticas. Esto que
acabo de exponer, y que se denomina “obsolescencia
programada” -me refiero a la duración de las cosas, naturalmente-, no tiene
mucho sentido, porque, por ejemplo: ¿Cuántos coches podríamos llegar a comprar
en nuestra vida, o cuántas lavadoras y televisores?; a mayor esperanza de vida
y si esta se prolonga más y más en las próximas décadas, pongo por caso hasta
llegar a la edad de 120 años, pueden haber pasado por nuestras manos todo un
parque móvil o línea de producción de estos cacharros.
Pero todo esto se acabó con la crisis económica y el fin del consumismo
sin medida. Las cosas, aunque programadas hábilmente por las empresas para
durar lo menos posible, las reprogramamos ahora con argucias y hacemos lo
humanamente imposible para que duren cada vez más -ojalá pudiéramos hacer lo mismo con nuestro dinero-. Claro ejemplo
lo tenemos en los cubanos que se las ingenian como pueden para circular con
esos automóviles de época colonial que todavía conservan y andan por sus calles
milagrosamente. Por lo tanto, aprendamos de nuestros amigos caribeños y
apliquemos la obsolescencia programada pero al revés, prolongando la vida de
nuestras cosas hasta límites insospechables, haciendo nuestro aquel dicho y
peor chiste del CON-SU-MISMO. Por último y para aseverar todo cuanto he dicho,
nada más que darnos una vuelta por nuestras calles y comprobar que, en estos
momentos, se están abriendo más tiendas donde arreglar nuestra ropa que nuevos
comercios, para que las personas nos apañemos con lo que tenemos escondido en
casa desde hace años y que nunca nos atreveríamos a ponernos para salir a la calle
en nuestro pasado reciente del consumismo más delirante y que, como nuestra
juventud, nunca se volverá a repetir.
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