EL PUENTE Y LOS DENTISTAS
Es cierto que, a veces, tenemos temores infundados,
irracionales fruto, tal vez, de una mala experiencia pasada, que quedan grabados en nuestras neuronas y son susceptibles de transmitirse,
por ejemplo, a tu descendencia, incrustándolo en tu código genético, en tu ADN.
Ir al
dentista no tiene, en principio, por qué ser peor que acudir a tu asesor fiscal
y que te diga que te toca pagar este año 1.500 euros del ala en la declaración
de la renta. Muchas veces nos preocupamos en exceso anticipándonos a eventuales
e infundados infortunios. Entonces no nos queda más remedio que echar mano de aquel
proverbio chino que dice: Si un problema no tiene solución, ¿para qué
preocuparse?; y si lo tiene, ídem. Todo esto lo pienso con los ojos cerrados,
disfrutando del último sueño placentero antes de que alguien te despierte,
apremiándote, y te recuerde: ¡A ver, que no llegamos al dentista, ya sabes que
hoy te toca hacer la endodoncia y un puente!
Yo, que para
ir al dentista soy más cagueta que otra cosa, cierro los ojos, me
autosugestiono, respiro lenta y profundamente, caigo en trance, mientras repito
la frase que Julio César, emperador de la antigua Roma, dicen que dijo en su
obra Comentarios a la guerra de las Galias: “Cuando lleguemos a ese río, ya hablaremos de ese puente”.
Lo dicho, hay que tomarse las cosas con calma, todo a su debido tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario