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miércoles, 20 de junio de 2012

EN LA PARADA DEL BUS


EN LA PARADA DEL BUS

Son las siete de la mañana. Un alma solitaria está sentada en el banco de la marquesina de la parada del bus, bostezando y desprendiéndose aún del último sueño interrumpido por las preocupaciones. Se fija en la información que le proporciona la pantalla y observa que su autobús, el que le llevará tal vez a su último día de trabajo en el otro extremo de la ciudad, tardará todavía ocho minutos en llegar. Pocos coches circulan por la calle a esa hora.

            Se acerca otra persona a la parada y se sienta en el extremo opuesto del mismo banco, sin decir ni media palabra ni compartir tampoco la mirada, como arrostrándose. Ahora conocemos que esta persona se dirige al hospital donde le van a realizar las pruebas necesarias para una próxima intervención quirúrgica, donde su corazón puede que no resista tanto como sus ganas de vivir.

            Se aproxima una tercera persona a la parada, pero no entra en la marquesina. Contempla detrás del cristal la pantalla luminosa informando que el próximo autobús llegará en cinco minutos. Lleva debajo del brazo un periódico atrasado y no deja de dar vueltas con pasos inseguros por la acera humanizada, mirando de reojo a las dos personas sentadas, una en cada extremo del banco. No va en principio a ningún lugar concreto, enfadado consigo mismo y con el mundo sostiene la mirada perdida en ninguna parte. Semejan que son personas morugas,  insensibles a los problemas ajenos. Tal vez la experiencia vivida por cada una de ellas les haya convertido en lo que son.

            El autobús va casi vacío y los tres viajeros se sientan, como no, en sitios distintos.

            Basta con contemplar una de estas paradas a primera hora de la mañana para darse cuenta de lo distintos que somos unos de otros. En el perímetro reducido de una parada de bus podemos ver pasar, entre circular inversa, C1 y C7b,  nuestras propias miserias y penas, y también nuestros sueños y pequeñas alegrías, y observar cómo sin parecernos en nada compartimos en cambio el mismo medio de transporte: la Vida.

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