Hay
obras –las públicas–, que parecen no tener fin; por ejemplo, las
del AVE o las de la Cidade da Cultura en Santiago de Compostela. Con
esto quiero decir que sabemos cuando empezaron, pero desconocemos, a
ciencia cierta, cuándo van a concluir.
Pero existen otras obras, calificadas como menores, que también se pueden eternizar en el tiempo. Me refiero a ciertas obras que algunos soportamos estoicamente en una comunidad de vecinos (incluidos domingos y fiestas de guardar). Como las públicas, se sabe cuándo empiezan, porque las sentimos, por ejemplo en la reforma integral de un cuarto de baño. Empiezan con unos martillazos indiscriminados y ensordecedores, ¡Pom!, ¡Pom!, que hacen temblar, literalmente, las paredes y columnas comunitarias, también las maestras, pero que afectan principalmente a los pisos adyacentes –los más próximos, superior e inferior–, haciendo tintinear los vasos y vajillas de nuestra vitrina, porque, en una primera fase, aporrean sin piedad las vetustas baldosas y el pavimento. Después de retirar los escombros pertinentes, incluida la anticuada e inútil bañera y demás sanitarios, dejan aquel cuarto de baño lleno de tantos agujeros como un queso gruyere. A continuación y después de cementar, preparando el terreno para colocar las nuevas y relucientes baldosas, escucharemos los ¡pim!, ¡pim! y los ¡toc!, ¡toc! acompasados que provienen de aquel martillo más pequeño pero machacón y que retumba en nuestro oído medio y cerebelo con un sonido acompasado, con cadencia, como marcando el ritmo a los penitentes galeotes en una galera romana de esclavos.
Cuando finalmente piensas que todo ha finalizado, recuperando la paz y tranquilidad perdidas antes de las obras menores, escuchamos nuevamente los ¡pom!, ¡pom! y los ¡pim!, ¡pim!, o ¡toc!, ¡toc!, en el mismo u otro piso, rompiendo definitivamente la buena armonía y convivencia comunitarias, desquiciándote los nervios.
Finalmente diremos, no a modo de reproche, que estas obras menores no las suelen hacen las UTE (uniones temporales de empresas) sino los SIN-PA, apelativo este cariñoso de todos aquellos abnegados y avezados albañiles conocidos, o desconocidos, que hacen la obra menor sin factura –IVA no incluido, por supuesto–, que trabajan, no por amor al arte precisamente y que, llegado el caso, pueden convivir con sus mandantes convecinos largas temporadas hasta formar parte "de facto", no "de jure", de la unidad familiar.
Pero existen otras obras, calificadas como menores, que también se pueden eternizar en el tiempo. Me refiero a ciertas obras que algunos soportamos estoicamente en una comunidad de vecinos (incluidos domingos y fiestas de guardar). Como las públicas, se sabe cuándo empiezan, porque las sentimos, por ejemplo en la reforma integral de un cuarto de baño. Empiezan con unos martillazos indiscriminados y ensordecedores, ¡Pom!, ¡Pom!, que hacen temblar, literalmente, las paredes y columnas comunitarias, también las maestras, pero que afectan principalmente a los pisos adyacentes –los más próximos, superior e inferior–, haciendo tintinear los vasos y vajillas de nuestra vitrina, porque, en una primera fase, aporrean sin piedad las vetustas baldosas y el pavimento. Después de retirar los escombros pertinentes, incluida la anticuada e inútil bañera y demás sanitarios, dejan aquel cuarto de baño lleno de tantos agujeros como un queso gruyere. A continuación y después de cementar, preparando el terreno para colocar las nuevas y relucientes baldosas, escucharemos los ¡pim!, ¡pim! y los ¡toc!, ¡toc! acompasados que provienen de aquel martillo más pequeño pero machacón y que retumba en nuestro oído medio y cerebelo con un sonido acompasado, con cadencia, como marcando el ritmo a los penitentes galeotes en una galera romana de esclavos.
Cuando finalmente piensas que todo ha finalizado, recuperando la paz y tranquilidad perdidas antes de las obras menores, escuchamos nuevamente los ¡pom!, ¡pom! y los ¡pim!, ¡pim!, o ¡toc!, ¡toc!, en el mismo u otro piso, rompiendo definitivamente la buena armonía y convivencia comunitarias, desquiciándote los nervios.
Finalmente diremos, no a modo de reproche, que estas obras menores no las suelen hacen las UTE (uniones temporales de empresas) sino los SIN-PA, apelativo este cariñoso de todos aquellos abnegados y avezados albañiles conocidos, o desconocidos, que hacen la obra menor sin factura –IVA no incluido, por supuesto–, que trabajan, no por amor al arte precisamente y que, llegado el caso, pueden convivir con sus mandantes convecinos largas temporadas hasta formar parte "de facto", no "de jure", de la unidad familiar.
Nota:
Este artículo -ahora retocado en las formas, que no en el fondo-, está en este blog, por ahí perdido, en alguna entrada anterior, y nunca llegué a enviarlo para ser publicado; era, en principio, un artículo para "mis adentros"; pero, hace poco, un amigo mío me comentó que estaba hasta las narices del insoportable ruido que padecía, día sí y otro también, en su vivienda debido al taladro extemporáneo, o el martilleo machacón, de algún o algunos vecinos de su edificio. Por lo tanto, se lo dedico con todo cariño a mi amigo y a todos aquellos que soportan, con estoicismo, este tipo de torturas comunitarias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario