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domingo, 1 de abril de 2012

FEÍSMO


FEÍSMO
Conforman nuestro paisaje y paisanaje desde hace décadas; y  son muestra evidente de las vergüenzas en nuestras playas, montes y fincas.
            Adoptan las más variopintas  formas : Somieres metálicos que otrora sirvieron para el descanso y placer horizontal, ahora se han convertido en cierres a modo de cancelas en muchas de nuestras fincas; caravanas oxidadas cubiertas de hiedra y musgo o camufladas entre vegetaciones silvestres; galpones en forma de bloques asoman entre cimientos de grava y cemento; y algunas, con el tiempo, han alcanzado asombrosamente la categoría de pequeños chalets de postín, desafiando las alturas, la aerodinámica y la arquitectura teórica y práctica.
            A pesar de las  advertencias, sanciones urbanísticas, intentos de demolición, que en algún caso aislado llega a materializarse, sobreviven en el tiempo ante la pasividad de ayuntamientos y demás Entes Públicos con competencias en la materia, enfrentándose con indolencia a las leyes y al buen gusto.
            Falsos leones o águilas que más bien parecen pichones, y demás fauna indescriptible, pueblan las ostentosas columnas de las entradas de sus palacios.
            Carteles intimidatorios en sus posesiones: ¡Propiedad Privada, No aparcar!, advierten al paseante de un lugar dañino y  prohibido…. para la vista.
            En sus dominios hacen ostentación de un gusto chabacano, con desproporción evidente entre las formas y el terreno circundante. Dentro, tiras de hormigón y baldosa barata; falsos jardines y grama conviven con desproporcionadas “mesas de los doce apóstoles”; cobertizos imitando a falsos porches copiados de las mejores películas americanas;  especies invasoras vegetales y arbóreas, antinaturales con el entorno paisajístico.
            Mientras dentro, un coro de canes solitarios y aburridos, y el ruido extemporáneo y dominguero del bricolaje más agresivo, rompen la tranquilidad y truncan el sosiego necesario que debe presidir la naturaleza en todo momento.
            En definitiva, son la antítesis y el estereotipo  más rancio del  buen gusto paisajístico.

           

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