CORRUPTELAS
No voy a hablarles de la “corrupción entre particulares”
contemplada en el artículo 286 bis de
nuestro código penal, ni de cohecho, ni tan siquiera de tráfico de
influencias.
Leyendo un artículo este fin de semana, la autora argumentaba que, quizás,
parte de culpa de la crisis económica-y de valores-que padecemos la tenemos
también nosotros, las personas de carne y hueso, por la mala costumbre o abuso
que cometemos en ocasiones cuando favorecemos a alguien o somos favorecidos por ciertas
personas que, en el ejercicio de sus funciones privadas o públicas, nos
adelantan para mañana una consulta de traumatología, por ejemplo, que en
principio estaba citada para octubre del 2014, con sólo darle a la tecla “intro” del ordenador, obteniendo con
este favor diferido una caja de bombones; o cuando alguien contrata al amigo del
vecino, saltándose a la torera el turno
correspondiente y la norma establecida, siendo agasajado en este caso con dos
botellas de albariño de la casa sin etiqueta( pues no piensen que los servicios
de empleo públicos -otrora Inem- les vayan a solucionar a ustedes la vida). Y
así podemos enumerar más ejemplos, sin que esto sea un reproche contra nadie ni
tampoco un catálogo cerrado de formas poco ejemplarizantes de sacarnos las castañas
del fuego. Todos hemos vivido, padecido o
escuchado por boca de presuntos corruptores o corruptos algo semejante alguna vez. No creo,
sinceramente, que ningún juez vaya a meter en el trullo a nadie por estas pampringadas
o malas prácticas sin malicia. Este tipo de corruptelas las ha habido siempre,
van implícitas en nuestro código genético, y más aún desde que conocemos el contenido de algunas de las novelas de picaresca de nuestro siglo de oro español.
Termino
diciendo que, aunque inevitablemente este tipo de corruptelas se sigan
produciendo, nunca alcanzarán la categoría de gran corruptela, cuando no
corrupción, que han practicado determinadas entidades financieras y
administraciones públicas a lo largo de estos últimos años, y que son la verdadera causa de nuestras penurias actuales.
¿Qué culpa
tenemos algunos si lo que hemos pretendido, inocentemente, es imitar a nuestros
personajes públicos más famosos, estén o no incluidos en la revista Forbes; que
nos hayamos mudado a un dúplex en el centro;
comprado un todoterreno de alta gama; que seamos socios de un club de
golf y de vela; hayamos viajado a los lugares más apartados de la tierra, o
queramos vivir efímeramente la vida de otros, alcanzando de este modo la
hipocresía absoluta de sentirnos alguien importante en este valle de lágrimas?
Lo dicho, va en nuestros genes.
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