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jueves, 23 de agosto de 2012

CORRUPTELAS- artigo publicado no Faro de Vigo, 28-08-2012


CORRUPTELAS

No voy a hablarles de la “corrupción entre particulares” contemplada en el artículo 286 bis de nuestro código penal, ni de cohecho, ni tan siquiera de tráfico de influencias.
         Leyendo un artículo este fin de semana, la autora argumentaba que, quizás, parte de culpa de la crisis económica-y de valores-que padecemos la tenemos también nosotros, las personas de carne y hueso, por la mala costumbre o abuso que cometemos en ocasiones cuando favorecemos a alguien o somos favorecidos por ciertas personas que, en el ejercicio de sus funciones privadas o públicas, nos adelantan para mañana una consulta de traumatología, por ejemplo, que en principio estaba citada para octubre del 2014, con sólo darle a la tecla “intro” del ordenador, obteniendo con este favor diferido una caja de bombones; o cuando alguien contrata al amigo del vecino, saltándose a la torera  el turno correspondiente y la norma establecida, siendo agasajado en este caso con dos botellas de albariño de la casa sin etiqueta( pues no piensen que los servicios de empleo públicos -otrora Inem- les vayan a solucionar a ustedes la vida). Y así podemos enumerar más ejemplos, sin que esto sea un reproche contra nadie ni tampoco un catálogo cerrado de formas poco ejemplarizantes de sacarnos las castañas del  fuego. Todos hemos vivido, padecido o escuchado por boca de presuntos corruptores o corruptos algo semejante alguna vez. No creo, sinceramente, que ningún juez vaya a meter en el trullo a nadie por estas pampringadas o malas prácticas sin malicia. Este tipo de corruptelas las ha habido siempre, van implícitas en nuestro código genético, y más aún desde que conocemos el contenido de algunas de las novelas de picaresca de nuestro siglo de oro español.

            Termino diciendo que, aunque inevitablemente este tipo de corruptelas se sigan produciendo, nunca alcanzarán la categoría de gran corruptela, cuando no corrupción, que han practicado determinadas entidades financieras y administraciones públicas a lo largo de estos últimos años, y que son la verdadera causa de nuestras penurias actuales.

            ¿Qué culpa tenemos algunos si lo que hemos pretendido, inocentemente, es imitar a nuestros personajes públicos más famosos, estén o no incluidos en la revista Forbes; que nos hayamos mudado a un dúplex en el centro;  comprado un todoterreno de alta gama; que seamos socios de un club de golf y de vela; hayamos viajado a los lugares más apartados de la tierra, o queramos vivir efímeramente la vida de otros, alcanzando de este modo la hipocresía absoluta de sentirnos alguien importante en este valle de lágrimas?

 Lo dicho, va en nuestros genes.

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