dende a illa de Ons, ao fondo as illas Cíes |
La crisis económica se está cebando
con las personas que menos tienen. Más que una percepción personal o estadística
es un hecho cotidiano y palpable. Cada vez hay más desempleo y de larga
duración, y el número de hogares con todos sus miembros en el paro aumenta
exponencialmente sin vislumbrar una solución a corto y medio plazo. Existen
también los denominados trabajadores pobres que son los que tienen trabajo pero
están por debajo del umbral de pobreza (cerca del 21% de la población residente
en España). La reaparición en nuestras vidas del denominado “hurto famélico”, que es
aquel que se produce cuando lo que se roba son artículos de primera necesidad
es un indicador evidente de que hay algo que no funciona en nuestra sociedad. Nos
estamos acostumbrando, cada vez más a una sociedad depauperada, y la
desigualdad, cada vez mayor, parece ser moneda de cambio en nuestras vidas. No
le echemos la culpa, pues, a este o aquel Gobierno. O sí. Pero algo tendremos
que hacer para que esta enorme brecha que se está produciendo en nuestra
sociedad, a modo de falla tectónica, no sea la antesala de un
futuro terremoto de incalculables consecuencias sociales. El Estado tiene la
obligación legal y moral de reducir estas diferencias entre los que tienen unos
ingresos desproporcionadamente elevados y los que se encuentran con unos exiguos recursos económicos.
Los pobres lo son cada vez más y crece el índice de pobreza en nuestro país proporcionalmente al número de personas sin escrúpulos que
aprovechan esta circunstancia para enriquecerse sin importarles lo más mínimo
las miserias de los demás. Por eso, cuando escuchamos y leemos los casos que se
están conociendo de corrupción política o económica, por todos conocidos, o los
bonus exageradamente elevados de
responsables financieros, tenemos la sensación, como dijo Tito Macio Plauto, un
comediógrafo latino (254a.C.):”Homo
homini lupus”, que el hombre
es un lobo cuando desconoce quién es el otro. Es mirar para otro lado.
Es desconfiar de todos y de todo. Es hacernos más indolentes y más inseguros si
cabe. Es hundirnos en lo más profundo de nuestro egoísmo y volvernos
irremediablemente misántropos. Es, en definitiva, el lamento desgarrado de la
sordidez humana. Unos tanto,…..y otros tan poco.
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