DERECHO AL PATALEO
Cuentan que, antiguamente, en la Universidad de Salamanca, los
alumnos más pobres tenían que calentar los asientos de los más ricos una hora
antes de empezar las clases para, luego, retirarse a los pupitres más fríos del
fondo; por ello, consiguieron de las autoridades académicas el “derecho al
pataleo” durante los cinco minutos previos y, de esta forma, calentar un poco
sus gélidos y entumecidos cuerpos.
Esta forma ecológica de calentarse la
tenemos también hoy día. Viendo los casos de corrupción política que salpica nuestra geografía, los más sobrados económicamente -incluidos los políticos presuntamente
corruptos-, sólo nos permiten a los ciudadanos este derecho al pataleo dejándonos asitir a
cuantas manifestaciones se convoquen o formando parte de las plataformas ciudadanas en defensa de
los más necesitados, pero no nos dejan poner nuestro frío culo en las poltronas
calentitas de sus escaños. La forma de representación política actual
establecida en la ley orgánica del Régimen Electoral General española favorece
a los grandes partidos políticos que, alternándose cíclicamente en el poder,
tapan, de este modo mutuamente sus vergüenzas, retroalimentando una corrupción
que, por consentida en el tiempo, se ha convertido en parte consustancial de
aquéllos. A lo sumo dejan que, de vez en cuando, alguien se siente cerca de la
primera fila del hemiciclo y pruebe las mieles del poder para después indicarle, con una palmadita en la espalda, el
camino de salida con estas palabras: “Es mejor que no te acostumbres demasiado
porque puedes cogerle gustito y desplazarme algún día; estás más calentito
fuera, con los tuyos, pataleando en la calle”; o llorando de rabia e impotencia
en la soledad de tus cuatro paredes, que es otra forma ecológica de calentarse en
silencio.
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