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sábado, 2 de febrero de 2013

Anecdotario


ANECDOTARIO

Como digo en mi libro “mis cartas al director”, para mis artículos me sirvo, con o sin permiso, de situaciones o anécdotas que suceden en la vida misma; a veces son de lo más pintorescas y que, aderezadas, salpimentadas y contadas con mi peculiar y sutil ironía (retranca galega cien por cien), dan mucho juego. Con la que está cayendo: corrupción, desprestigio del mundo político, chupatintas, mequetrefes, meapilas y tarambanas, no está de más que, de vez en cuando, los que nos dedicamos a contar historias alegremos un poco la vida de los lectores  contando algunas de estas situaciones rocambolescas, ciertamente divertidas, y que, sin poder evitarlo, podemos presenciar en cualquier momento.
            Sucedió un día como otro cualquiera; llovía a cántaros y la gente se arremolinaba en la marquesina de la parada, con sus paraguas abiertos los que permanecían fuera, esperando que llegase su autobús. Llega uno, el más utilizado en la ciudad por su frecuencia, y la gente poco a poco va entrando, pagando el billete correspondiente con dinero (los menos) o mediante la tarjeta de transporte (los que más). En esto sube una señora, bien entrada en años, introduce precipitadamente su tarjeta en la ranura, y suena un pito de rechazo. “Pues no sé por qué, la metí hoy por la mañana en el cajero automático y funcionaba”; “A ver señora, sáquela y métala otra vez, le sugiere el conductor”; la señora le mira contrariada pero le hace caso; la saca y la mete de nuevo y……le sigue pitando. Desde el fondo del bus se escucha una voz indicando a la señora lo siguiente: “Frótela con el dedo y métala con suavidad”; la señora, un poco aturdida por la situación embarazosa, admite la sugerencia, la mete despacio y….le pita; no hay manera. En esto, fuera en la parada y lloviendo a mares, la gente agolpada esperando entrar se empieza a cabrear y algún impaciente le suelta lo siguiente: “Si usted no la sabe meter, haga el favor de bajar y deje que los demás metamos la nuestra también”. De igual forma, los pasajeros dentro del autobús se empiezan a poner nerviosos y le dicen al conductor: “oiga, que no tengo todo el día,  ponga a la señora de patitas en la calle y continuemos el viaje”. Finalmente, aquel se levanta, deja el volante e intenta coger la tarjeta de la señora diciéndole: “Señora, déjeme a mí metérsela que, al parecer, usted no sabe”; en esto, que se escucha la voz débil y temblorosa de un hombre cumplidos ya los ochenta y que proviene del asiento reservado para los pasajeros con movilidad reducida y/o personas mayores, próximo al conductor, e interviene en la trifulca dialéctica: “Si no le importa, se la meto Yo”. Finalmente, la señora cabreada, declinando las dos “amables” invitaciones dice con voz firme y enérgica: “No le permito ni a usted ni a nadie que me la meta”. Con chufla, los pasajeros, los de dentro y los que inútilmente intentaban entrar, cantan a coro: “eso, eso, a ver quién es el guapo que se la mete”.
            En fin, después de un rifirrafe interminable, las aguas –las de dentro del bus-, porque fuera seguían cayendo chuzos de punta, vuelven por fin a su cauce, resolviendo la incómoda situación de la siguiente forma: “Señora –le dice el conductor-, guarde su tarjeta que yo le pago de mi bolsillo el billete”, ante los aplausos encendidos de todo el pasaje. Fin de la historia.

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