EN SILENCIO, POR FAVOR
Vivimos rodeados constantemente de ruidos. Mientras dormimos,
escuchamos los ruidos del vecino cuanto tira compulsivamente de la cisterna del
baño después de una noche complicada. En la calle, nos aturde el ruido de los
coches, el de las ambulancias (lleven o no enfermos), el de la vida misma que
aflora violentamente en nuestras calles cuando cruzamos el semáforo en hora
punta. En la cafetería, cuando soportamos estoicamente las conversaciones
vocingleras de los vecinos de mesa, cuando lo que más deseas es tomar en paz el
desayuno y echarle un ojo a la prensa. Cuando ponemos la televisión durante el
almuerzo y sólo escuchamos las imbecilidades de algunos políticos, elevadas de
tono, escenificando una pantomima que ni ellos mismos se lo creen. Cuando
volvemos por la noche a casa, derrotados después de un duro día de trabajo y oímos
el puñetero taladro del vecino que debe tener su casa llena de tantos agujeros
como un queso gruyere. Cuando intentamos por fin conciliar el sueño y
escuchamos, a media noche, el ruido extemporáneo de una enferma lavadora
quejumbrosa, que proviene del rellano donde tu vivienda, y que retumba como un Airbus
A300 a punto de despegar. En fin, demasiado ruido.
Cuentan que
el peluquero de Alejandro Magno le preguntó un día: ¿Cómo queréis que os corte
el pelo? En silencio, por favor, le contestó. Pues eso.
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