Salpican con indiferencia nuestras ciudades, pueblos y
aldeas; y son el fiel reflejo de la opulencia y el frenesí urbanístico en la
España de los últimos años. Son como de la familia porque los ves todos los
días pegados a tu casa, a todas horas; allí clavados, inmutables ven pasar las
estaciones de la vida ajenos a cualquier reforma de gran calado puesta en
órbita por nuestro Gobierno últimamente.
Algunos de
estos cadáveres urbanísticos, que se
han hecho un hueco en nuestras vidas, huelen que apestan, putrefactos entre el
asfalto y el cielo, depauperados en sus estructuras muestran sus miserias y
las de un tiempo que ya no volverá.
Otros los
ves en medio de pacientes sanos, incipientes, como brotes mustios de cemento y
ladrillo; sabes que no llegarán a desarrollarse y morirán definitivamente en el
olvido urbanístico.
Antes de ser
lo que son ahora-cadáveres urbanísticos-,
fueron proyectos, ilusiones de muchos, acariciados en los estudios y bendecidos
en los despachos; forjados a sangre y fuego con denuedo por las manos de todos
aquellos que hoy caen en el olvido de una sociedad a la que algunos le dieron
toda su vida.
No ha habido
funerales previos; ni les hemos guardado el duelo necesario; simplemente los
hemos dejado ahí, como lo que son, cadáveres
urbanísticos, falsos iconos, ídolos con pilares de barro y a merced del paso del tiempo que todo lo
olvida, y de la historia, para que sirva de ejemplo a generaciones futuras.
cadáver incipiente |
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