praia de Agrelo, Cela, Bueu |
EL
“TIRAMILLAS DE MOLINA”
Ahora, con el tiempo transcurrido, me pregunto: ¿Cómo se
llamó realmente esta persona al que cariñosamente, o no, mis vecinos lo
apodaron como “Molina”? La verdad
importa bien poco en este momento, porque lo que me interesa describir no es el
cómo sino el quién, a la hora de dedicarle estas merecidas palabras.
Lo del apodo
es bien sencillo de entender. Hace ya 20 años que falleció ese cantaor de requiebros y falsetes
imposibles, que cantó y popularizó con tanto sentimiento canciones como “soy minero”, “adiós a España”, o “yo quiero
ser mataor”; y que se llamó Antonio Molina; y el “Molina” de mi pueblo cantaba con esa afinación y entonación digno
del mejor Antonio Molina de la copla.
Lo de “tiramillas”, también es fácil de
explicar. Recorría con asiduidad cantando, largas distancias, desde un extremo
al otro del pueblo; subía a los lugares más apartados de las parroquias,
descendía hasta la playa, atravesaba el
centro de la villa con esa alegría, a menudo con “demasiada alegría”; pero nunca jamás dejó que esta circunstancia
fuera obstáculo para el más mínimo desafino. Lo mismo te cantaba una copla que
una gallegada, porque aquí lo que importaba realmente no era el qué sino el
cómo. Y cuando lo veías, perdón, lo escuchabas en la lejanía aproximarse,
porque su voz y su arte eran inconfundibles, decías: ¡Ya viene por ahí Molina!
A otras
personas sé que no, pero a mí siempre me interesó su arte; cómo entonaba
manteniendo los agudos con esa “apnea
musical” infinita y contenida; y nunca me fijé demasiado en cómo iba
vestido o su aspecto a veces desaliñado.
En ocasiones, cuando paseaba por el pueblo y la gente se le acercaba, él se
detenía orgulloso y, con los ojos cerrados, echaba mano de todo su arte y repertorio, dedicándole al respetable sus
mejores canciones. Algunos se burlaban; pero yo quedaba escuchándole, prestando
la atención que se merecía el artista, mi
tiramillas particular, y decía para mis adentros: ¡Qué bien cantas Molina!
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