SOBREVOLANDO LA
CAFETERÍA
Esto, aunque dicho con mi peculiar estilo literario, es una denuncia
en toda regla y, al mismo tiempo, una llamada de atención a los dueños,
empleados y clientes-entre los que me incluyo-, de nuestras apreciadas
cafeterías que, allende su territorio natural, se expanden ya libres por
nuestras humanizadas aceras.
El otro día,
estaba sentado en las afueras de una cafetería hablando con mi amigo Alejandro
de lo divino y también de lo humano cuando un ave palmípeda sobrevoló el perímetro, vio la presa, cayó en picado, y literalmente se zampó en un tris un croissant que nuestra vecina de mesa iba a llevarse inocentemente a
la boca. Ni que decir tiene que la pobre mujer se quedó más blanca que el ala
de la furtiva gaviota.
¿Y esto por
qué sucede?, pues muy sencillo, como ocurre con el género humano, el hambre
hace la necesidad, y porque somos también especies de costumbres y
disciplinadas. ¡Venga a darles la patatilla, o los cacahuetes, o las aceitunas
a las susodichas aves! Y claro, estas, obedientes y famélicas acuden con
presteza a nuestra llamada.
Señores
míos: lo que estamos haciendo con este gesto altruista como si de ONG avícola se
tratase es una guarrada de mucha enjundia, por no decir de los efectos
perversos que puede tener para nuestra salud, debido a las deficientes condiciones
higiénico sanitarias que, en ocasiones, se aprecia entre sillas, mesas y
sombrillas.
Algún día de
estos veremos no a una risueña paloma, sino a buitres de dos metros de
envergadura sobrevolando nuestras cafeterías en busca de cacahuetes o gusanitos
que hemos descuidado en la mesa. Tiempo al tiempo.
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